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La lágrima infinita

¡Esa!... La que en el alma llevo oculta;
la que no salta afuera ni se expande
en la pupila; la que a nadie insulta
en un alarde de dolor: la grande, 

la infinita, la muda, la sombría, 
la terca, la traidora, la doliente 
lágrima de dolor, lágrima mía, 
que está clavada en mí profundamente! 

La que no da una tregua ni un consuelo 
de dulce sollozar. La que me hiere, 
y me punza, y me obsede, y pone un velo 
turbio en mis ojos; la que nunca muere 

ni nace a flor de rostro; la que nunca 
refrena su latir; la que no intenta 
asomarse a la faz y queda trunca, 
y hace la pena interminable y lenta... 

Cántaros secos, áridos, mis ojos; 
páramos sin frescura ni rocío; 
febricitantes de escrutar los rojos 
límites, del espacio y del vacío... 

¡Esa!... La que no llega, ni ha llegado, 
ni llegará a los ojos nunca... ¡nunca!... 
Mi lágrima tenaz que no ha mojado 
el Sahara estéril de mi vida trunca, 

¡Ésa... no la verás, porque en la calma 
de mis angustias, se ha trocado en perla! 
Para verla hace falta tener alma; 
y tú, ¡no tienes alma para verla!...

FIN





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